DAVID GOLDSTEIN
MCCLATCHY NEWS SERVICE
Washington — El día comenzó bajo un sol radiante y el cielo azul, pero pronto se convirtió en el comienzo de una década de guerra, problemas económicos y una profunda división política en el país.
Diez años después que terroristas islámicos secuestraron varios aviones de pasajeros y los estrellaron contra el World Trade Center y el Pentágono el 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos, que ha surgido entre el humo, es de alguna manera un país diferente.
Primero, una historia. Se dice que cuando el presidente Richard Nixon realizó su histórica visita a China en 1972, le preguntó al premier Zhou Enlai qué pensaba de la Revolución francesa.
No está claro si Zhou pensaba que Nixon le estaba preguntando sobre los problemas políticos de 1789 en París o las manifestaciones estudiantiles de sólo cuatro años antes de la visita. En cualquier caso, el mandatario chino le contestó: “Es demasiado pronto para decir”.
Así que quizás sea demasiado pronto para comprender en toda su magnitud las consecuencias del 9/11.
¿De alguna manera ayudó a provocar la primavera árabe porque nuestra respuesta creó muchos problemas en el Medio Oriente?
¿O el Tea Party, que acopió la ansiedad de que Estados Unidos había perdido el control de la situación y la convirtió en una intimidante fuerza política?
Fue más fácil medir las consecuencias ese mismo día. Desde el momento del impacto, los terroristas no sólo se estrellaron contra una mole de vidrio y hormigón, sino también contra la misma noción de un Estados Unidos todopoderoso e invencible.
Desde ciudades muy pobladas hasta pueblos medio desiertos, granjas, fábricas y los espacios escabrosos donde el carácter singular del estadounidense ha sido míticamente cincelado, la nación se quedó de una pieza.
Y quizás todavía lo estemos.
¿No es cierto que muchos nos detenemos cuando escuchamos el sonido de un avión descendiendo, y esperamos a ver qué pasa?
“Creo que el 9/11 y sus consecuencias años después fueron un golpe a nuestra conciencia nacional debido a la forma en que nos veíamos a nosotros mismos y nuestro lugar en el mundo”, afirmó Nicholas Burns, embajador de Estados Unidos ante la OTAN en el momento de los atentados y alto funcionario del Departamento de Estado durante la guerra de Irak.
“Han sido unos años mucho más difíciles para nosotros”.
Casi 3,000 personas murieron el 11 de septiembre del 2001. Las guerras de Irak y Afganistán han cobrado hasta ahora 6,000 vidas estadounidenses y decenas de miles de civiles en ambos países. El suicidio de militares está a un nivel nunca visto. Un total de 45,000 soldados estadounidenses han sido heridos, algunos de forma devastadora, y llevarán por siempre las cicatrices como recuerdo de su servicio.
Los soldados han comenzado a regresar a casa, pero “no hay desfiles de victoria”, comentó Burns.
El país está gastado, emocional y fiscalmente. Las guerras nos han costado más de $1 billón, todo a crédito, y ahora resulta que hay que pagarlo.
“Muchos jóvenes fueron corriendo a las oficinas de reclutamiento militar”, comentó Paul Rieckhoff, jefe de un pelotón de infantería y ahora presidente ejecutivo de la organización Veteranos de Guerra de Irak y Afganistán, un grupo no partidista.
No creo que pensaran que los iban a enviar al frente cinco veces y que regresarían a casa para encontrarse con un Departamento de Veteranos que no estaba preparado para recibirlos y un ambiente laboral que tampoco cumplía las condiciones”.
Las guerras también han hecho sentir sus efectos de otras maneras. La invasión de Irak estuvo oscurecida por lo cuestionable de sus motivos. La guerra en Afganistán, donde se planearon los atentados del 9/11, se ha convertido en un espectáculo lateral.
Para muchos el 9/11 se convirtió en un prisma a través del cual se veía todo lo que sucedió después: los problemas económicos, el rencor social y cultural. Fue algo que dio coherencia a la noción de que fue un punto clave.
Estados Unidos hace mucho que está “profundamente dividido sobre quién, qué camino debe tomar y cuáles son sus prioridades”, aseguró Richard Land, presidente de la Comisión sobre Etica y Libertad Religiosa de la Convención Bautista del Sur. “Creo que el 9/11 probablemente agudizó esas cuestiones y quizás reveló aún más esas divisiones”.
El resentimiento se esparció. Los temas de los extremos entraron de lleno en la vida diaria. El decoro desapareció.
“¡Usted es un mentiroso!”, le gritó un legislador al presidente presidente Barack Obama durante un discurso. Algunos cuestionaron que el Presidente haya nacido en Estados Unidos y advirtieron que en su plan de reforma de los servicios médicos había “escuadrones de la muerte” que decidirían el destino de los ancianos. Los legisladores se preocuparon inexplicablemente de que la ley religiosa islámica, llamada sharia, pudiera poner un pie en el país.
“Parece como si en el mundo después del 9/11 no hemos sabido resolver bien los problemas”, afirmó el historiador Michael Kazin, de la Universidad de Georgetown University. “Los dos partidos reflejan esa opinión de que el país no funciona muy bien, que no podemos fijarnos metas y lograrlas”.
Inmediatamente después del 9/11 hubo un breve momento de unidad nacional. El país se convirtió en un mural de dolor compartido. Los líderes hablaron con una sola voz.
“Había una sensación de que habría un gran cambio para mejorar”, señaló el documentalista Ken Burns. “Los estadounidenses comenzaron a unirse en una forma inusualmente poderosa… en las cenizas. Vivimos en un recuerdo agridulce de esa tragedia y posibilidad colectivas. No hemos sido los mismos desde entonces.
Abraham Lincoln habló del poder del dolor y el sacrificio nacional compartidos en su primer discurso como Presidente, cuando mencionó “las cuerdas místicas de la memoria que se tensan desde todos los campos de batalla y las tumbas de los soldados”. Eso nos une inexorablemente a nuestro pasado, parecía decir, y es mejor que hagamos frente juntos a los que nos toque.
El 11 de septiembre del 2001 fue esa clase de momento colectivo.
Cuando todo acabó, la Tierra siguió girando en su órbita y las estrellas todavía iluminan el cielo nocturno como mil millones de fogatas distantes. Pero el universo ha cambiado de alguna manera.
“El momento antes de que las torres se derrumbaran y el momento después del derrumbe es un hito en la historia mundial”, escribió el dramaturgo Tony Kushner.
Aunque todos hemos sentido el impacto del 9/11, hay más por venir. Diez años después, pudiera ser demasiado pronto para decir”.
EXCELENTE ARTICULO!!!!!!